viernes, 9 de mayo de 2008

Odisea en el asfalto de las seis y media

Alrededor de las seis y media de la mañana salgo tranquilamente de mi casa y me subo al carro, lo enciendo y le doy sus respectivos minutos para calentarlo. Enciendo la radio y busco una estación, con música de preferencia, para empezar el día tranquila y arranco. Una vez que salgo de mi cuadra inicia la odisea:

Vecinos que salen "hechos la mocha" porque van a llegar tarde, que no ceden el paso, que no hacen los altos, que están dispuestos a rebasar por la derecha, o por la izquierda, o por donde puedan porque les estorbas (y que conste que no manejo despacio), porque ellos ya quieren llegar, porque su trabajo es más importante que el tuyo. Que te ven de lejos pero no quieren frenar así que mejor se hacen los que no te ven, y se pasan así, viendo fijamente al frente como si unos segundos nuestras miradas no se hubieran cruzado.
Así, de esta manera y en tres ocasiones (si bien me va) mi vida se expone al peligro constante en las tres intersecciones más importantes de mi colonia, en las que todos en callada complicidad, omiten hacer el alto y se pasan sin voltear. Acelerones, frenones, rechinidos de llanta, todo se vale ¡uf! y todavía no he llegado al boulevard.

Finalmente llego al boulevard, ya con la bilis derramada, el stress a flor de piel y mis cinco sentidos bien despiertos y entonces me enfrento con los peores conductores de todos los tiempos: los padres de familia llevando a sus hijos a la escuela.

Por el boulevard Agua Caliente frente al Club Campestre tengo que librar una batalla para literalmente salvar la vida y evitar ser agredida por todos esos padres y madres de familia que van a llevar a sus hijos al Centro Escolar Agua Caliente (fenómeno por demás conocido afuera de cualquier escuela).
Tanto a la hora de llegada como a la hora de salida, aparecen estos padres transformados en cafres del volante. Padres y madres histéricos, capaces de utilizar las peores frases y recordatorios familiares que uno pensaría solamente se escuchan en cualquier penitenciaria o en una pelea callejera. Pero están ahí, en plena avenida, a plena luz del día, padres que hacen gala de su "destreza" al volante y de su colorido léxico y lenguaje a señas. En este momento no importa que sus hijos escuchen sus gritos, vean sus infracciones de tránsito, no importa que el semáforo se ponga en rojo Yo me lo paso porque voy tarde.
Y los pobres policías, ya tan insultados, ya tan maltratados, mejor ni se meten porque no hay manera de calmar a semejantes seres al volante.
Santo cielo, ¡fíjese por dónde va!, ¡pero si el semáforo esta en rojo!, ¡beeep beeep! ¡Calma hombre, voy a dar la vuelta a la izquierda y la flecha esta en rojo!, ¿qué le pasa?, ¡bliiip bliiip! ¡La calle es de un sólo carril no de dos! ¡Piiiiiiiiiiiiip! ¡ese es el cajón para dar vuelta no para rebasar! ¡Piiiiiiip piiiiip! La vuelta a la izquierda no es continua! ¡Espérese! ¡Calmado! ¡Mejor levántese temprano! se escucha por todos lados.

Todos gritamos, frenamos y hacemos sonar el claxon mientras los pilares de la familia hacen de las suyas, tanto hombres como mujeres, porque no hay diferencia, se comportan como no lo harían en otras circunstancias.

Una vez que dejaron a su adorado tesorito en el centro del saber, arrancan nuevamente y sin voltear, sin el mínimo respeto a los que vamos en el único carril que dejaron libre, señoras y señores que las leyes de tránsito les vale un comino y que consideran que tienen derecho de cambiarse de carril, de dar vuelta en "u", de pararse en seco en el tercer carril del boulevard y hasta de echarse en reversa pero Qué le pasa, ¿está loco?

Son las seis y media de la mañana, y el día apenas comienza...

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